Los hijos invisibles de la calle
En cada ciudad de Panamá y América Latina hay un rostro que se repite: niños y niñas que deambulan entre los carros, venden caramelos, limpian parabrisas o piden monedas con una mirada que intenta ser fuerte, pero revela cansancio. Son menores que, en lugar de estar en un salón de clases, caminan bajo el sol o la lluvia para llevar dinero a casa. Niños que no eligieron esta vida, pero a quienes la vida les coloca sobre los hombros responsabilidades que ningún adulto debería permitir.
Muchos provienen de hogares fracturados. Padres ausentes, madres con adicciones, abuelos enfermos, familias marcadas por la pobreza extrema o la violencia. Otros viven en comunidades donde la escuela es un lujo y la comida una incertidumbre diaria. Ante esa realidad, miles de ellos se ven obligados a convertirse en proveedores infantiles: sostienen un hogar que depende de sus pequeñas manos.
Hablar de los niños de la calle no es sencillo. Sus realidades duelen, confrontan, incomodan. Pero callarlas sería ser cómplice de un sistema que los deja atrás. Detrás de cada niño trabajador, abandonado o explotado, hay un sueño roto que merece ser recogido y restaurado.
La deserción escolar es casi siempre consecuencia inevitable. Los uniformes cuestan, el dinero no alcanza para los útiles, la distancia es larga, y la presión familiar por generar ingresos es mayor que cualquier deseo de aprender. Cuando un niño abandona la escuela, no solo deja los estudios: renuncia, sin saberlo, a una oportunidad de futuro. Queda atrapado en un círculo que difícilmente se rompe.
A esta vulnerabilidad se suma otro riesgo: el reclutamiento por parte de pandillas. Sin supervisión, sin escuela, sin adultos responsables, los menores se convierten en objetivos fáciles. Les ofrecen comida, dinero rápido, un teléfono o “protección”. Les hacen creer que pertenecen a un grupo que los valora. Pero detrás de esa falsa protección hay un camino que conduce a la violencia, a la cárcel o a la muerte. Latinoamérica carga con historias trágicas que empezaron así: con un niño que solo quería sobrevivir.
Mientras tanto, los gobiernos parecen avanzar demasiado lento. Faltan programas sólidos de prevención, espacios seguros, becas reales para familias vulnerables, acompañamiento psicológico, políticas vigorosas de protección y sistemas de denuncia que funcionen. “A veces, la burocracia pesa más que el dolor de miles de niños sin rumbo.”. Los esfuerzos que existen, aunque valiosos, resultan insuficientes frente a la magnitud del problema.
Pero creo que no todo está perdido. La historia de estos niños no está escrita en piedra. Hay fundaciones, iglesias, empresas, maestros, vecinos y ciudadanos que extienden la mano. Pequeñas acciones pueden cambiar vidas: ofrecer un cupo escolar, apoyar un comedor comunitario, donar útiles, patrocinar actividades deportivas, abrir programas de tutorías, o simplemente no voltear la cara cuando un niño pide ayuda.
Panamá y América Latina necesitan entender algo urgente: “la calle no puede ser el destino natural de la infancia”. No podemos aceptar como normal ver a un niño vendiendo dulces a medianoche o durmiendo en un portal. Cada uno de ellos es una vida con sueños, talentos y posibilidades. Son niños que necesitan guía, afecto, oportunidades y esperanza. Son niños que tienen pesadillas en lugar de sueños.
Si queremos un futuro más seguro, más justo y más humano, debemos empezar por ellos. Por esos niños invisibles que caminan entre carros, que cargan mochilas vacías, que venden dulces en los buses, que limpian parabrisas con una sonrisa forzada. Es nuestra responsabilidad no permitir que su historia quede abandonada en la esquina donde los vemos.
“Porque un país que no protege a sus niños... renuncia a su propio mañana.”
¡Se acerca la Navidad! Y estos niños también serán invisibles para Santa o Papá Noel... porque esos niños no tuvieron el tiempo ni el papel, para escribirle una carta con su deseo de Navidad.
* El autor es comentarista de Opinión.
PD: Estoy escribiendo un libro tipo cuento/historias sobre este tema y lo he titulado: “INFANCIA A CONTRALUZ – CUANDO LA CALLE ES LA ESCUELA”, con la esperanza de que algunos patrocinadores quieran hacerlo suyo y distribuirlos entre sus pares empresariales y el MIDES como parte de su Responsabilidad Social Empresarial.