En cada ciudad de Panamá y América Latina hay un rostro que se repite: niños y niñas que deambulan entre los carros, venden caramelos, limpian parabrisas o piden monedas con una mirada que intenta ser fuerte, pero revela cansancio. Son menores que, en lugar de estar en un salón de clases, caminan bajo el sol o la lluvia para llevar dinero a casa. Niños que no eligieron esta vida, pero a quienes la vida les coloca sobre los hombros responsabilidades que ningún adulto debería permitir.
Muchos provienen de hogares fracturados. Padres ausentes, madres con adicciones, abuelos enfermos, familias marcadas...