Opinión

Defensa de lo nuestro y de aportes de los extranjeros

30 de diciembre de 2025

La reacción de un sector de la comunidad chino-panameña frente a la reciente demolición del monumento ubicado en uno de los extremos del Puente de las Américas, específicamente, en el lado del distrito de Arraiján, ha estado marcada por una defensa vehemente de su herencia cultural, lo cual es legítimo; lo que no lo es, es la pretensión de imponer una narrativa por encima del interés nacional. Mientras algunos panameños han salido a defender una cultura foránea y otros a lapidar a la alcaldesa de Arraiján quien, dicho sea, con claridad, manejó de forma errática y poco institucional el procedimiento, se ha perdido de vista lo esencial: ese espacio, en la entrada del Canal de Panamá, es simbólicamente panameño. Allí convergen la sangre del 9 de enero de 1964, las luchas por la soberanía, los caídos anónimos, la dignidad de un pueblo que enfrentó imperios y la visión estratégica del general Omar Torrijos (QEPD). No es un terreno neutro ni decorativo; es un altar cívico de la nación. Panamá ha sido históricamente una tierra generosa, abierta y solidaria con el mundo. Aquí han prosperado comunidades chinas, judías, árabes, hindúes y muchas otras, como debe ocurrir en una república plural; pero ninguna inversión, sacrificio o aporte económico puede colocarse por encima de la soberanía, la identidad y la memoria histórica del país que los acogió. Invertir, trabajar y prosperar es lo que naturalmente hace quien migra, no una deuda eterna que el Estado deba pagar con concesiones simbólicas en sus espacios más sensibles. No existe precedente serio en el mundo donde monumentos a culturas foráneas ocupen los puntos neurálgicos de la identidad nacional; solo en Panamá se pretende normalizar esa anomalía, acompañada de reproches, presiones y amenazas veladas. Eso no es convivencia: es desplazamiento simbólico. Ha llegado el momento de que Panamá piense primero en Panamá. De honrar a sus mártires, a su gente, a su historia y a su derecho irrenunciable a narrarse a sí misma. Ese espacio debe exaltar la soberanía conquistada, no diluirla; debe hablarle a las futuras generaciones del precio que se pagó por el Canal y por la patria. Defender esto no es xenofobia ni exclusión: es amor a la nación, respeto por los caídos y lealtad a un pueblo que ha servido al mundo con dignidad y que merece, por fin, ponerse en el centro de su propia historia. * El autor es ciudadano.