Estar siempre ocupado no es sinónimo de éxito
Vivimos en una cultura que glorifica el agotamiento, estar cansados, dormir poco, responder correos a medianoche y llenar cada minuto de la agenda. Esto se ha convertido, erróneamente, en sinónimo de éxito. La época decembrina saca en la gente una obsesión enfermiza por controlar todo.
En ese contexto, el descanso y el ocio suelen verse como lujos prescindibles, cuando en realidad son necesidades básicas para mantener la salud mental.
Descansar no es perder el tiempo, es recuperar la capacidad de pensar con claridad, de crear y de relacionarnos sin irritación constante.
Las horas de ocio no tienen precio porque funcionan como un amortiguador frente al estrés acumulado. Sin ellas, el desgaste emocional avanza silencioso hasta convertirse en burnout.
El agotamiento no aparece de un día para otro. Se construye con jornadas interminables, con la culpa de detenerse y con la idea de que siempre se puede dar un poco más.
Defender el descanso es un acto de autocuidado y también de resistencia. Porque nadie puede sostenerlo todo sin romperse.