Opinión

Bermúdez Valdés: Política y voluntad, lo principal y lo accesorio

01 de septiembre de 2020

La de Panamá, en los últimos 50 años, ha sido una lucha sostenida por reafirmar su identidad, su independencia, la posibilidad de hacer corresponder sus recursos con sus  derechos y sus necesidades, en un contexto donde la institucionalidad ha sido parte insustituible del proceso.

Darle fuerza, sin embargo, no depende ni dependerá solamente de demandas populares, buenos deseos o de las históricas lecciones de quienes aportaron en la construcción de lo que somos. Panamá es un país joven, ciertamente, pero adulto.

Claro que tal posibilidad depende, ante todo, de la compresión y el reconocimiento de los espacios históricos y de la voluntad de quienes son parte decisiva de la correlación de fuerza que se necesita para enrumbar el país por un destino político, social y económico saludables, distinguiendo lo vital y lo importante de los subsidiario y lo trivial.

No es lo mismo ni tiene el mismo valor político una fiesta de irresponsables, por más titulares que se le apueste, que las medidas sanitarias que se imponen para defensa de una sociedad, por su alimentación y por su seguridad.

Es lamentable cómo la voracidad política trata de ocultar realidades, y desconocer esfuerzos con tal facilidad, sin percatarse que aquí, la pandemia no registra los dramáticos escenarios que ha dejado en otros países.

Aquí covid-19 no ha dejado muertos en las calles, ni desfile de ataúdes ni llegó a la perpleja decisión de la última cama.

Estacionado en la fase nacionalista de su batalla, todas las excusas parecen servir para desconocer el salto necesario hacia la cuestión social, pese a la amenaza generalizada que se pueda cernir sobre la Nación, porque para algunos parece estar primero su propia posibilidad que la del país, a tenor de lo cual algunos analistas sostienen que aquí lo que hay es una desconexión de la realidad.

No hay tal cosa. En los últimos 30 años la sociedad panameña ha quedado en tal orfandad como resultado del fraccionamiento del poder como instrumento de realizaciones; cada fracción tiene ahora  su propia realidad y actúa desde ella, con intereses y arrogancia, postergando a la Nación como fenómeno histórico, social y económico.

No es lo que el país necesita, sino lo que se le pueda arrancar. No es que la pobreza es un mal común que urge de soluciones estratégicas, es que es un mal que debe importarle a quien le padece, pese a que en el último año una administración seducida por el deber decidió encarar el problema.

Cualquier excusa es buena para evadir el proyecto, en un contexto regional donde la pobreza se agrava, el desempleo sube y las posibilidades de las nuevas generaciones pareciera chocar con muros infranqueables.

Es evidente que hay conciencia de los problemas que aquejan al país, pero se refleja igualmente una falta de voluntad política para encararlos, y se deja solo en la tarea a un gobierno que pese a las limitaciones va cumpliendo con su deber.

Al final del camino, si persisten los enfoques aislados o correspondientes con cada sector del espectro económico y político nacional, al gobierno le tocará llevar adelante su programa en solitario, contra viento y marea.

Este fin de semana Laurentino Cortizo ha vuelto a hacer un llamado a la unidad. Esta vez utilizando como contexto los 200 años que cumple Panamá de independizada de España, para suscribir un pacto, que permita crear los cimientos de un Panamá en el que la brecha de la desigualdad se vaya cerrando, ha dicho.

¿Será posible? Como están las cosas solo cabe admitir que Cortizo ha hecho el esfuerzo;  ojalá hayan oídos receptivos.
 

 

Julio Bermúdez Valdés
[email protected]
Periodista

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