Opinión

Fanáticos asesinos de escritores

18 de agosto de 2022

El ataque de un fanático supuestamente religioso al escritor británico Salman Rushdie convoca la memoria de pensadores del pasado eliminados por la intolerancia ideológica.

El atacante ejecutó la sentencia a muerte por la fatua (fawta) del ayatolá Ruhollah Jomeini que persiguió a Rushdie a lo largo de treinta años por su cuarta novela “Los versos satánicos”, estigmatizada como una blasfemia al narrar que Mahoma eliminó dos versos del Corán por creer que podrían estar inspirados por el diablo, y que dos prostitutas del relato ficticio llevaban nombres de esposas del profeta.

El libro “Joseph Anton. Memorias del tiempo de la fatua” es la autobiografía de las penalidades de Rushdie por los constantes cambios de países, la protección de la policía y detectives privados, para librarse del acoso de homicidas, que apuñalaron, también, traductores japoneses , italianos de sus obras, amenazaron a ejecutivos de la editora Penguin.

Salman Rushdie perderá un ojo, los nervios de un brazo fueron cortados, el hígado cercenado, por las puñaladas asestadas cuando dictaba una conferencia en Nueva York. Natural de Bombay en 1947, Rushdie emigró en la niñez a Inglaterra, donde se formó culturalmente, graduándose con honores en la Universidad de Cambridge.

Practicante del realismo mágico, escribió “Hijos de la medianoche( 1981), Vergüenza, Shame, crítica del régimen militarista de Ali Butho y su hija Benazir Bhuto; “La sonrisa del jaguar” (1987), libro de viajes sobre Nicaragua bajo la dictadura de los Somoza; “Harùn y el mar de las historias”( 1990); “El último suspiro del moro”( 1995) ; “El suelo bajo sus pies”( (1999); “Furia”( 2001); “Shalimar el payaso”( 2005); “La encantadora de Florencia”( 2003); “Luka y el fuego de la vida”( 2010), libro de cuentos infantiles.

En el libro de ensayos “De buena fe” (Good faith) aclaró su respeto por el islamismo: “Nunca me consideré un escritor culpado por la religión hasta que una religión empezó a perseguirme”.

No obstante que Irán levantó la amenaza de muerte en 1998, sus obras han sido prohibidas en Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, Somalia, Bangladesh, Sudán, Malasia, Indonesia, Qatar. Multitudes de manifestantes islámicos en Londres y diversas capitales han repudiado su presencia y sus novelas, mientras ha sido galardonado como Caballero del Imperio Británico y Caballero de las artes y las letras de Francia.

El semanario francés “Charlie Hebdo” fue víctima de atentados por publicar dibujos del profeta Mahoma. Salman Rushdie se incorpora a la desdichada relación de intelectuales inmolados por representantes del fanatismo de diversas creencias políticas y religiosas.

Verbigratia, Giordano Bruno fue quemado en una hoguera por sus principios astronómicos distintos a la interpretación teológica sobre la rotación de la Tierra. El Papa Alejandro VI dispuso que el padre Jerónimo de Savonarola fuera entregado a las llamas en una plaza pública por sus denuncias de la corrupción eclesiástica.

En la lista larga de intelectuales inmolados en el siglo XX figuran Federico García Lorca, fusilado en Granada por fanáticos franquistas; Ramiro de Maetzu, acribillado en el paredón por anarquistas republicanos durante la guerra civil española. Boris Pasternak padeció el ostracismo dictado por Stalin por la novela “El doctor Zhivago”, que los rusos pudieron leer en el idioma sólo en 1988; Alexander Solzhenitsyn vivió congelado varios años en las cárceles de Siberia por sus novelas “Un día en la vida de Iván Denisovich” y “El Archipiélago Gulag”. “Ningún hombre debe ser molestado por sus opiniones aún religiosas, con tal que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley; la libre comunicación de los pensamientos y las opiniones es uno de los derechos más preciados del hombre; todo ciudadano puede, pues, escribir e imprimir libremente, salvo la responsabilidad por el abuso de esta libertad.

Desapareció la censura previa; desapareció el requisito de la autorización estatal para editar libros, folletos, periódicos; desapareció la atmósfera tenebrosa que obligaba a los autores a imprimir sus libros en Holanda o editarlos sin nombre del autor para escapar al largo brazo de la persecución y la intolerancia” escribió Voltaire. Todo esto ha desaparecido, excepto el fanatismo político y religioso.

 

MARIO CASTRO ARENAS

[email protected]

* El autor es abogado.

Contenido Patrocinado
TE PUEDE INTERESAR