Opinión

El indecoroso lenguaje panameño

14 de abril de 2021

Cuando a esta encrucijada del mundo llegaron los gringos para construir esa portentosa zanja llamada canal, “importaron” mano de obra de más de 30 nacionalidades diferentes.

La mescolanza de nacionalidades trajo como consecuencia una raza llamada “panameña” caracterizada por tener el “vacilón” como parte de su idiosincrasia y aperitivo lingüístico.

Una vez construido el canal, aquí quedaron rezagados un conglomerado racial diferente de América Latina y el Caribe, por eso se dice, con justa razón, que “en Panamá el que no tiene de ñinga, tiene de mandinga”.

Como consecuencia de ese cruce de razas, tenemos un país habitado por despreocupados, faranduleros y fanfarrones, aunque a fuerza de sinceros, admitimos que hay excepciones.  

Tenemos expresiones que nos caracterizan. Por ejemplo: tenga cuidado cuando un panameño dice “no te preocupes, yo arreglo esa vaina”.  

Esa frase generalmente, es una mentira disfrazada de sinceridad. Usamos la palabra “carajo” de diferentes formas:  para decir lejos decimos “queda en casa del carajo”; cuando estamos despreocupados “me importa un carajo” ante una mujer con encantos “está más buena que el carajo”. 

A las muchachas llamamos “guial”, acortar distancias “charcotear”, en cuanto al ¿qué pasó? es “¿qué sopá?, el afeminado “está bajito de sal”, al pretencioso tildamos de “mierdero” y al bocón de “bulchitero”.   Ante una trifulca decimos “se formó el verguero”, al mesero llamamos “waiter” y reunirnos en grupos es "parquear”. 

Nuestra mentalidad es farandulera; nos alegramos al sonar de maracas o timbales; últimamente somos expertos en vacunas y en cuestiones jurídicos nos caracterizamos por ser excelentes ““tinterillos” o “leguleyos”.  

Un líder nacionalista decía que “cada pueblo tiene su propia aspirina”. ¿Cuál será la que cure la fanfarronería panameña?

 

 

Emilio Sinclair
[email protected]   
* El autor es periodista. 

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