Opinión

Bermúdez Valdés: Una oposición sin rol ni consigna

02 de septiembre de 2020

 La vieja conducta de la crítica per sé, o el apego a la magnificación de los mínimos deslices del adversario puede ser un arma política efectiva y molesta, más por su constancia y la forma incisiva como se expresa, que por su contenido e importancia.

Para el análisis la pregunta siempre será ¿qué persigue? ¿Cuán falaz es?

Por estos días, al foro político nacional concurre un debate de dos vertientes: una que, en el contexto de una pandemia, cobra protagonismo con cualquier fiesta mal realizada o la irresponsabilidad de uno o dos funcionarios públicos, de los 226 mil 447 con cuenta el país; y otra que encara la pandemia.

Reforzada con el respaldo puntual de algunos medios de comunicación, durante los seis meses de pandemia la comunidad nacional ha disfrutado de una inagotable creatividad que en sus mejores momentos ha apelado a conclusiones prematuras para la descalificación del adversario. 

Y no es que esté mal la vigilancia ciudadana. De hecho, es un deber y una obligación, que, sin embargo, podría expresar una doble moral, queja caprichosa o escogida para el momento y para el gusto, si se considera que, poco ejercida para el pasado quinquenio, algunos la saldan con un “fuimos engañados por Varela”.

Atrás han quedado los argumentados y propositivos discursos de un Ricardo Arias Calderón, empapados de una consistente y válida preocupación por el país, y hasta las sostenidas tesis de Mario Galindo hoy aparecen aplastadas por un debate cursi, chismes de patio y hasta asimétricos cuestionamientos que subrayan el mal paso y omiten la entrega y el desprendimiento de funcionarios que en la batalla contra la pandemia han expuesto su propia vida.

A falta de propuesta programática se ha vuelto un estilo esperar el “resbala y cae” del adversario, y cual “Tom y Jerry” perseguirlo con una paila para que la comunidad sea testigo de una Toma de la Bastilla con 20 esforzados opositores, o al final la burla, la mofa desde la sapiencia con odio y todo, para construir discursos vacuos, extemporáneos y hasta injustos, a fin de minar credibilidades y descalificar acciones.

Pero mientras eso ocurre y se rebaja hasta el sectarismo el necesario debate cualitativo, salvo excepciones, una mayoría significativa de panameños acata la cuarentena, más preocupados por sus vidas que por la sinfonía discordante de pailas y sartenes.

Y la vida se convierte en la mejor evidencia, porque mientras que en vecinos y cercanos países los muertos del covid 19 protestaban en las calles, en las aceras y las morgues colmadas, Panamá llega al desconfinamiento con un sistema comprometido, pero sin colapsar, enfrentando en cada paso los retos de la pandemia, soportando la   presión de quienes además de descalificar a las autoridades abogan por un desconfinamiento inmediato y anarquizado.

“Que abran ya y que salve el que pueda” parece ser el mensaje de un sector que amparado en la necesidad real de poner en marcha la maquinaria productiva nacional, es incapaz de reconocer la decisión y el emprendimiento de un gobierno que desde el día uno encaró con firmeza los retos de un fenómeno inédito, respaldando a la sociedad con una distribución mínima posible y con una consulta permanente. ¿Qué puede buscar una conducta tal? Desgraciadamente parece que ocultar con hojas de parra la ambición de poder por encima de las urgencias de Estado.

 

Julio Bermúdez Valdés
[email protected]
Periodista

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