Opinión

Una tragedia en común, que solo podemos resolverla entre todos

25 de junio de 2020

En la medida en que los números de COVID hablan, a niveles nacionales e internacionales, se va haciendo más fuerte el sentimiento de que todos estamos embarcados en la misma tragedia, y de que la situación reclama una suma de esfuerzos en lugar de factores que dividan.

El acelerado incremento del número de víctimas, así como los nuevos casos de contagios nos hace recordar la Italia y la España de principios de este año, y a las que mirábamos con un asombro que ahora es evidente en nuestros territorios.

Levantada la cuarentena, por la presión que implica la urgencia de reactivar la economía, se ha incrementado el RT. Solo en abril, en el marco de la más estricta cuarentena, el país alcanzo un RT de 0,95 por cuanto las normas de ese momento inmovilizaron al virus, lo que se tradujo en una menor capacidad reproductiva.

Levantada la cuarentena, la movilidad del virus multiplica su posibilidad de contagio con la movilidad de las personas, por mucha protección que haya y el horizonte nacional va dibujando días dramáticos para el país.Cuánto hemos tardado en hacer conciencia de la seriedad que implica este instante, de los peligros que entraña y las angustias que supone.

Por eso resulta un poco irracional, irresponsable y hasta repulsivo que en medio de la tragedia haya quienes desde el anonimato de las redes fijen a las autoridades como blanco preferido de desinformaciones, sornas y conspiraciones pensando en las elecciones de 2024 o en el daño que puedan hacerle a las fuerzas en el gobierno.

Pero el propio gobierno debe prestar un poco mas de atención, no solo a señalamientos provenientes de los medios, sino a una realidad que comienza a hacerse cada vez más recurrente: la pandemia dejó de ser hace mucho rato un problema exclusivamente sanitario, para convertirse en una dramática realidad socioeconómica que requiere reconsiderar estrategias.

En la medida en que las pruebas van reflejando el incremento de los contagios, crece una población que es incapaz de sostenerse por sus propios medios; más enfermos, menos trabajadores; más enfermos mayor demanda y compromiso hacia el Estado.

Si a eso le sumamos los 700 mil panameños que viven en pobreza multidimensional, mas los casi 400 mil desempleados resultantes de la suspensión de contratos, esta lista la fórmula para una explosión social en la mayor de las anarquías.

Es evidente que los bonos, las bolsas o los vales que da el gobierno, o la capacidad hospitalaria instalada podría colapsar en las próximas semanas sino se resuelven, por lo menos en lo inmediato, dos cosas: el incremento en el recurso que se le entregue a la comunidad, la efectividad de ese trabajo y un intenso despliegue de trabajo con mística y disciplina en las comunidades.

La cosa es más seria de lo que muchos piensan, y en la forma como se enfrente la pandemia debe considerarse la incorporación colectiva de la propia comunidad.

La ciudadanía no puede seguir siendo un ente pasivo que solo mira su salida en las posibilidades oficiales, por el contario debe reforzar los sacrificios que se hacen desde el gobierno.

Es cierto, como decíamos ayer, que la administración Cortizo recibió el país en el peor de los estados, las finanzas a punto de la recesión y a la comunidad con alto grado de decepción: nunca antes un gobierno había encarado una situación como la actual en tal grado de desventaja; pero eso ya no basta hoy como argumento, es necesario hacer docencia sobre los peligros que nos acechan y de la forma colectiva  y organizada como podemos encararlos.

 

Julio Bermúdez Valdés
[email protected]
Periodista

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